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das Mystische 2.1

HOGUERA

Imagino que se trata de una marca de fábrica. Elegir un libro para cada acto de la vida, una palabra exacta, una oración exacta. ¡Cómo si pudiera pasarse un sólo día sin libros, sin palabras! Allí, en un rincón de papel o en la ventana de la pantalla electrónica: “la guerra –leo ahora a Nietzsche- vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido”. Lo que no queda claro es qué se consigue con ello, qué se alcanza con esta dudosa sabiduría. ¿Aparentar desasosiego? ¿Echar unas risas? ¿Llegar, analfabetos, al final del camino? Me quedo pillado en Beirut porque la palabra “Beirut” me acerca a una historia del tiempo, del tiempo que fue o que pudo ser para algo parecido a la memoria. Las calles (en una ciudad que no, que tampoco es Beirut) simulan escenarios de novela negra. Estoy convencido de que me siguen, aunque sólo es el efecto dañino de las lecturas; en concreto, El Contexto, de Leonardo Sciascia. En la fotografía, aparezco como un detective angustiado: gabardina gris, mirada indecisa, sombrero de fieltro. Aunque mi libro de cabecera, en estos momentos, no es uno de Raymond Chandler. Y, a mi lado, nadie investiga los cuerpos cercanos, el vómito azul del destierro, el punk terminal de las calles.
 
Libros, putos libros. Cuando intento hablar de otra cuestión, me salen frases sin sentido. Ni siquiera sé el nombre de la mayoría de los objetos que me rodean. ¿Cómo hablar, entonces, de ellos? ¿Cómo decir algo de ellos? Llegas a una ciudad y resulta que ya la conoces, que has llegado a ella antes, por los libros. La ciudad, en el fondo, no es como la ves, sino como la has leído. Además, prefieres la ciudad de la literatura a la real, mucho menos ambigua, menos interesante. Y todo se ve reducido a esto: a soñar con palabras de los libros, a amar con palabras de los libros, a huir con palabras de los libros. ¿Qué pasaría, me pregunto, si organizara mi vida de otra manera, alejado por una vez de los libros? Al menos, podría intentar un tratamiento terapéutico. Menos letras, menos signos y metáforas, para una nueva antropología urbana. El hombre que, en definitiva, no hace nada, no dice nada.
 
Cuenta la leyenda que Carvalho, Pepe Carvalho, comenzó sus hogueras terapéuticas con un ejemplar de España como problema, de Laín Entralgo, y otro del Quijote. La filosofía vital de Vázquez Montalbán siempre me interesó y lamenté profundamente no haber aplicado a tiempo alguno de sus sabios consejos. “Come para olvidar y bebe para recordar”, decía en uno de ellos. ¡Quizás –de haberle hecho caso- hubiera disfrutado mucho más de la vida! Carvalho quema los libros porque ya los ha leído todos y, además, en la mayoría de los casos, está convencido de que no han servido para nada. Carvalho –opina Tomás Salas- es un héroe posmoderno: “no cree en los grandes discursos clásicos que ha conocido desde dentro en su heterogénea experiencia vital: su antigua militancia comunista, su trabajo como espía de la CIA, su gran cultura libresca, que quizá quisiera olvidar. Su móvil vital no es participar en una lucha entre buenos y malos, defendiendo a los primeros (llámese como se quiera, proletariado, víctima, ser oprimido), sino buscarse la vida en el sentido más prosaico de la expresión”. Posmoderno o no, a Carvalho, como a muchos otros (y no es difícil de entender), se le ha atragantado el curso de la historia, si es que acaso la historia tiene curso, la historia o lo que sea. A Carvalho no le interesan las topologías de red ni los fuegos de artificio. Al final, cada uno sale adelante como puede, como le dejan, y los contados actos de solidaridad no se deben a ejercicios poderosos de la razón, sino a gestos sencillos, supervivientes, de un sentimental.
 
En Milenio, su última aventura, Carvalho intenta escapar de unos y otros, de casi todo y casi todos, en un juego ajetreado de idas y venidas; pero Carvalho encuentra tiempo, en un parón de la huída, para practicar la satisfacción curativa de la hoguera. El lugar escogido, una cuneta de la carretera, a la salida de Nauplia, a un paso de recorrer la costa de la Argólida y atravesar la Arcadia, camino de Atenas. El libro, El viento se llevará nuestras palabras, de Doris Lessing, sobre la destrucción de Afganistán hasta la salida de los soviéticos y las futuras destrucciones de Afganistán a lo largo de la historia. Al libro, antes del sacrificio, se le concede una última gracia y Carvalho lee una página escogida al azar, como un homenaje a las palabras, para luego proceder a la cremación decisiva, al incendio. Así se esparcen las cenizas y el hombre vuelve al camino, cabizbajo y tranquilo, con las manos en el mundo y el alma abandonada en el vacío.

2 comentarios

Enrique -

Dejé aquí el texto y marché de viaje. Al volver, me di cuenta de que a Lessing, en lugar de Doris, la llamaba Doriss y, lo que es peor, a Carvalho, la mayoría de las veces le llamaba Carbalho. Prisas por salir de viaje. ¿En qué estaría yo pensando? Menos mal que también estaba tu comentario, siempre halagador, que me ha permitido soportar el desastre...

Gracias, Magda. Un abrazo.

Magda -

Un MUY hermoso texto, Enrique. Me ha conmovido...

Qué cierto que la ciudad que visitas, en el fondo, no es como la ves, sino como la has leído. Tengo muchos deseos de conocer Viena, y lei hace un par de meses que la Viena actual es totalmente diferente a la Viena que vive en la literatura. Esto me hace meditar, quizá no vaya nunca.

Un abrazo para ti.